sábado, 4 de enero de 2020

Reconocer árboles en invierno (1)



  

Las huellas en los árboles


Si hojeamos un libro sobre árboles, lo más frecuente, es que contenga fotos del mismo con las hojas, flores o frutos, es decir, se nos facilita su reconocimiento.
En el invierno la cuestión es algo más difícil y se precisa más atención, atender a detalles que , en otras estaciones, no consideraríamos.
Se puede tomar como un reto interesante, un paso más allá en la observación del mundo vegetal y que, llevado a término, da muchas gratificaciones.
Cada estación del año tiene algo de particular. La eclosión de vida en la primavera tras la latencia invernal, el esplendor del verano, el colorido del otoño y su variedad de frutos, pero el invierno también tiene su magia  aunque con otra exigencia , la de descubrir caracteres y propiedades de árboles y arbustos que salen a la luz sin la hojarasca y exige ser más perspicaz para reconocerlos en su esqueleto invernal.
Algunos son fáciles de reconocer por la abundancia de frutos que permanecen en sus ramas, es el caso de la catalpa (Catalpa bignonioides), la melia (Melia azedarach) o las acacias, por ejemplo la acacia de Constantinopla ( Albizia julibrissim).


Los frutos dorados de la melia, arriba a la izquierda.
Jardines de La Alcazaba, Almeria

Catalpa, en primer término, y melia. Madrid-Río

Acacia de Constantinopla. Madrid-Río

En otras ocasiones, si ya han perdido sus frutos, hemos de fijarnos más atentamente, como es el caso del ailanto, liquidámbar, nogal y fresno.


                                            Ailanto ( Ailanthus altíssima)

Considerado como un árbol invasor, lo encontramos en descampados , cunetas o creciendo en grietas de las aceras. Aparte de su porte nos fijaremos en las huellas que las hojas dejan en sus ramas, se las llama cicatrices foliares y se pueden ver  a simple vista o ayudándonos con una lupa. Dentro de las mismas distinguimos las llamadas cicatrículas, que es otra huella dejada, en este caso, por los vasos que conducen la savia que llega a cada hoja. En el ailanto la cicatriz tiene forma de escudo con pequeñas perforaciones  en la periferia que forman un collarete.


Ailanto en un descampado. Madrid.


Ailanto. Con sus hojas es fácilmente reconocible.


Cicatriz foliar del ailanto.


                                 Liquidámbar ( Liquidambar styraciflua)

En los parque y jardines es precioso contemplarlo en otoño con sus hojas tan coloridas. Cuando ha perdido sus llamativos frutos espiculados, es muy característica su cicatriz foliar que es semicircular con tres cicatrículas. Además podemos  observar sus yemas marrones céreas y brillantes.




Liquidámbar en el Parque Lineal del Manzanares. Madrid.
Yema terminal del liquidámbar con 3 cicatrículas.


Detalle de la yema del liquidámbar con sus cicatrículas características


Nogal ( Juglans regia )

Al fijarnos en sus ramas, que son gruesas y nudosas, observaremos que la cicatriz foliar es muy característica, grande, en forma de V , engrosada,con tres grupos de cicatrículas que parecen formar una carita.
La médula es esponjosa y presenta tabiques transversales.Hay más detalles, por supuesto, relativos  a las yemas laterales y terminales, siendo las primeras escamosas y, las segundas, sin escamas y pubescentes, esto es, con superficie cubierta de finos pelos.



Rama de nogal.

Rama de nogal con la médula hueca y tabicada


Fresno ( Fraxinus angustifolia)

Sin sus hojas podemos apreciar la gran cantidad de ramas en las que destacan yemas abundantes. Estas yemas marronaceas, apicales, se disponen en tripletes. Son escamosas. Se pueden abrir precozmente y dejan ver el inicio de su floración.
Las yemas del fresno común ( Fraxinus excelsior) son menos numerosas y de color negro.



Fresno angustifolia en la sierra de Madrid.
En el fresno angustifolia, las yemas son muy visibles.


Ramita terminal del fresno angustifolia.

Detalle de las yemas del fresno angustifolia, algunas comienzan a abrirse.



Estas son sólo pequeñas pinceladas para reconocer algunos árboles y animo al reto de identificar los árboles desnudos que nos rodean.
Hay que salir al campo o ir al parque y así disfrutar, también en el invierno, de la naturaleza que se muestra a nuestros ojos, aunque a una distancia más corta, para poder apreciar los detalles.